En la “Nota de la Autora” que contiene la novela lo explico bastante bien. Esta obra nació ante todo de un proceso de liberación emocional.
Susurros en Sachsenhausen germinó por una necesidad de escribir para liberar la angustia y el nudo en el estómago
que sentí durante mi visita al campo de concentración.
Cuando cruzas este tipo de puertas y la realidad te
golpea con la intensidad con la que me sacudió a mí en aquel momento, se hace
imposible no escribir si quieres que el dolor de cabeza y de estómago que te
aprisionan, cesen y desaparezcan.
Siempre he sido demasiado emocional. Por un lado es
algo bueno porque te hace mirar el mundo desde otros ojos, pero otras veces,
cuando lo que ves te duele demasiado, te hace daño y es necesario vaciarse para
continuar.
No vuelves a ser la misma persona que eras, pero
necesitas dejarlo atrás para poder seguir con tu rutina.
Y mi forma de seguir fue crear. Crear para que
quedase constancia de lo vivido, para que las personas recuerden la historia,
pero ante todo para no olvidarme yo misma de lo que sentí.
Pensé en todos los muertos en el mundo. Muertes
motivadas por ideas políticas, raciales, sociales, religiosas, y sentí que no
podía callar.
Pensé en los muertos allí, en todos los que
estuvieron presos en el campo y en otros campos, en la propia historia de mi
país, en lo que podrían haber sido todas esas personas y en todos sus sueños e ilusiones, y un
escozor tintineó debajo de mi piel.
Por los supervivientes, pero sobre todo por las
voces que fueron acalladas en Sachsenhausen, y en general, por todas las almas
silenciadas en cualquier parte del mundo, decidí escribir.
Porque creo que ya es hora de que el ser humano sea
realmente consciente de su propia no humanidad y recuerde la historia,
evolucione y no la repita. Y nos basta mirar los telediarios y los periódicos,
en la actualidad, para saber que no cesamos de cometer viejos errores, de
maneras distintas, pero viejos errores al fin y al cabo.
Y mi esperanza de cambio puede parecer demasiado
utópica en pleno siglo XXI, cuando no debería ser así, pero dicen que la
esperanza es lo último que se pierde y sé que hay personas que realmente merecen la pena.
Por ello, decidí escribir y no silenciar mis
sentimientos. Y me pareció interesante escribir un canto a la unidad, a la
fraternidad y a la libertad de los seres humanos, narrado desde un campo de
concentración.
Las palabras, mis palabras, cobraron más intensidad
al ser lanzadas y soñadas allí.
Porque aunque las escribí al llegar a casa, meses
después de mi visita al campo de Sachsenhausen, comenzaron a fraguarse mientras recorría las
instalaciones, bombardeando mi cabeza con pequeñas imágenes demasiado nítidas.
En una libreta de tapas negras comenzó esta aventura, mientras un autobús cualquiera regresaba a un hotel de Berlín.
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